Wednesday, October 15, 2008

ETERNA CONTRADICCIÓN

Plena madrugada… Avenida Santa Fe, avanzando a paso lento y cada vez más cerca de mi hogar… Es noche de sábado y camino junto a mi ser amado y una pareja de amigos… Millones de personas en el mundo han salido a divertirse, decidieron quedarse en casa u otras alternativas… Yo disfruto de este momento, tranquila, sin presiones. Concentrada solo en el conversar y en mi mano que aprieta la de mi compañero…
Pero el aire de la noche no es del todo puro. Nada sobresale, algo falta… ¿Qué será? Sólo ahora lo percibo. Revivo el momento como si fuera ayer. Únicamente en retrospectiva puedo sentir ese vacío.
Entonces el interrumpe mi visión, me muestra un nuevo paisaje, un panorama que me deslumbra. Un deslumbramiento en el que la literatura trae implícita, o explícita, la oscuridad. El me enseña eso, pero también luz. Es una sensación inusual. La de la contradicción eterna, que siempre está pero hoy se palpa diferente.
¿Qué hará allí, tan invisiblemente solitario? Su presencia no es la única que carece de compañía, su alma permanece en soledad. Pero no quiere, es sólo que aún no puede cambiarlo.
Sus ojos se perfilan hacia abajo. Resulta imposible vislumbrar su mirada, pero si sentirla. Flamea en el aire… Su corazón está salvajemente lastimado. Conoce bien su punto de partida y toca sus sueños con los huesos. Pero el viento sopla hacia otra aldea, y su sangre le aclama a gritos que se tropiece con ella. Para enemistarse con su esencia, enfadarse con su textura, gozar de su aroma a verdad, abrazarla o hacerle sentir, al menos, que aún esta viva.
Mientras escribo, mi pareja me acaricia, me mira con esos ojos transparentes e infinitos. Gozo de su presencia, pero en mi cabeza sigue estando el… Intento descifrarlo, como si quisiera desmenuzar y comprender cada milímetro de sus arterias. Mi alma parece ahora una hoja de papel atravesada por innumerables sensaciones que repentinamente me invaden con entereza. Carecen de voluntad para marcharse, y algo provoca que yo no suelte sus cadenas y las lustre con diamantes.
Vuelvo entonces a mi escritura. El tiene un nombre y apellido… Suena “Fermín” en mis neuronas. También “Alberto”. No conozco su edad. Su mirada baja, su pelo, bigotes y barba crecida no me permiten apreciar las marcas de su rostro. El silencio no quiere que oya su voz, pero si sus deseos.
No siempre fue vagabundo. Las circunstancias de la vida lo alejaron de sus hijos. El los extraña tanto… Pero es un hombre fuerte. Al menos esta noche, prefiere el frío y peligro de dormir en la calle que los paradores nocturnos para seres en su misma situación. Elige una pequeña frazada como única compañera bajo el techito externo de un bazar.
Pasaron muchas horas desde que su imagen interrumpió mi horizonte. Pero la noche pareció detenerse en el instante en que la mirada de Fermín se compenetró en las emociones que pintaba con palabras en su cuaderno.
¿Podría hacer algo yo por el, o por todos los otros?
Su fortaleza me engrandece, y su desorbitada fragilidad se desplaza por el aire, metros arriba del suelo. Hiere la dignidad de cualquiera que lo contemple.
Es inútil procurar vislumbrar su verdadera identidad desde acá. El mismo no se lo permite. Es una defensa que construyó como muro de roble, en nombre de su historia.
¿Qué fue lo que le ocurrió a este hombre de acero vacío? Necesita con desesperación de una mano que se extienda en su favor… Sin tan sólo las mías no estuvieran atadas…
Escribe con fluidez, dibuja palabras sobre sus vértebras. Pero cree que volarán con el viento. Quizás sea poeta, escritor de novelas o compositor del tipo de canciones que jamás perecen. Quizá sea un científico, un enfermero o un obrero. Ninguna de sus facciones se atreve a delatarlo. Su semblante no se aventura a sucumbir ante las estrellas ni si quiera por un segundo. Quizás el ya no recuerde quién es, aunque su palpitar transite firmemente tras su figura y lo invite a levantarse perpetuamente.
Hoy lo fui a buscar y ya no lo encontré. Seguí avanzando por la avenida Santa Fe, y no logré hallar mi hogar. La brújula se extravió en algún rincón de mi cabeza. Pero no interesa. ¿Habrá ganado la guerra? Mis huesos se trasladan en tiempo y espacio a su cuaderno. Su tinta azul aún late en mi cerebro, se expande en cada una de mis huellas. ¿Dónde estarás Fermín Alberto? ¿Dónde estarán mañana todos los demás?